1809 : Las veintiuna heridas del alférez Chover

Estábamos tentados de calificar al alférez de Caballería don Antonio Chover y Sánchez de campeón de los inválidos militares españoles, pero nos ha frenado el reparo de si no habrá algún otro que supere el total de veintiuna heridas que recibió al frente del enemigo. Con todo, esta gallarda figura merece repetido recuerdo, en el cual se ha de entreverar el asombro que inspira su excepcional resistencia física.

Aun cuando llegó a teniente coronel, se le denomina habitualmente como alférez Chover, con cierta semejanza al caso del teniente general don Luis Orgaz, monárquico y aliadófilo, que se gozaba en exhibir en su pecho la estrella de alférez.

Chover había nacido en Játiva el 26 de octubre de 1776 y sentó plaza como soldado a los diecinueve años para continuar otros trece como profesional, en cuya calidad se distinguió en la campaña de Portugal y Extremadura de 1801.

En 1808 era cabo segundo, luego lo fue primero y sargento, con ascensos acelerados por la guerra contra los franceses.

Su hoja de servicios, conservada como todas en el Archivo Militar del Alcázar de Segovia, testimonia que recibió veintiuna heridas en la batalla que tuvo lugar cerca de Talavera de la Reina, el 20 de julio de 1809, entre los napoleónicos y las tropas españolas aliadas a las inglesas de Wellington.


La victoria de éstas frustró el designio francés de invadir Portugal y zarandeó su ocupación del centro de la Península. Napoleón tramaba unas acciones conjuntas en el norte y el sur, que serían llevadas a cabo por los mariscales Soult y Víctor; desde Galicia y Andalucía. Un tercer cuerpo, mandado por el general Lapisse, debería avanzar hacia Lisboa, partiendo de la zona Salamanca-Ciudad Rodrigo. Éste debía comenzar con la toma de Abrantes y desde allí ayudar a la tropa más necesitada, la de Soult o el de Víctor. El rey José dirigiría dicho plan teniendo como consejero militar y jefe de su Estado Mayor al mariscal Jourdan.
 
La excesiva confianza francesa en su superioridad y la rapidez inglesa en procurar refuerzos, hicieron que el plan napoleónico fracasara, llegándose a la batalla de Talavera en la que los franceses de Victor, en retirada, se enfrentaron con los españoles de Cuesta y los ingleses de Wellington. El coronel Miranda Calvo ha estudiado detalladamente esta campaña en una publicación toledana de 1982.
 
El jefe español Cuesta y el inglés Wellington se reunieron el 10 de julio en las Casas del Puerto de Mira vete y acordaron un plan que podía culminar en recuperar Madrid. De acuerdo con la Junta Central española, este remate se llevaría a cabo con la colaboración del ejército de Andalucía mandado por Venegas. Este jefe no habría de secundar luego tal diseño. Era importante que dicha maniobra se ejecutara antes de los diez o doce días ya que en caso contrario las tropas de Soult, procedentes de Galicia, llegarían a tiempo para auxiliar a Víctor y caerían por la espalda de los aliados, cortando su retirada hacia Portugal. 

Wellington, rápidamente, se puso en acción y se encaminó a Oropesa, mientras que Cuesta hacía noche en La Calzada, a su retaguardia. Ambas formaciones se alinearon con vistas al asalto de Talavera de la Reina. El rey José, consciente de la amenaza que se cernía sobre Madrid, procuró conseguir el respiro necesario hasta la llegada de las tropas francesas de Galicia, que ya habían sido apremiadas para que acudieran, pero no lo hicieron a su hora. En suma, los franceses perdieron más de siete mil hombres en la batalla y ésta, bloqueando todas sus iniciativas, señaló el comienzo de su fase defensiva en España.

Por lo que toca a la actuación del entonces sargento Chover en ella y sus resultas, reseñaremos que en la madrugada del 26 de julio de 1809 tomó el mando de diez jinetes del regimiento de Húsares de la Granada que salieron en descubierta del pueblo de Cebolla. Dentro de las maniobras previas a la batalla, Chover distribuyó a sus hombres, quedándose solo al margen de la calzada que conduce de Torrijos a Talavera. Al cabo de unos minutos desfiló por ella el general en jefe francés Victor, con su estado mayor. Cuando el suboficial español estaba a punto de retirarse descubrió que bastante rezagado venía un ayudante de campo francés. Chover sacó una pistola de su funda, espoleó a su caballo y se puso en medio del camino. El francés desenvainó el sable y Chover disparó con la mala suerte de que la pistola no se encendiera. Como consecuencia de todo ello recibió un gran sablazo que le partió la oreja izquierda y le hizo caer del caballo. Pero no se arredró y desde el suelo retó al francés a que lucharan en tierra en igualdad de condiciones.

Sea porque éste no lo entendiera o porque no quisiera desaprovechar su ventajosa situación, el oficial enemigo se arrojó sobre el español que recibió otro sablazo que le partió la paletilla izquierda. El dolor no le impidió atacar con su sable y estando ya ambos casi agonizantes comenzó un cuerpo a cuerpo. Después de que Chover lograra desmontar al francés y matarlo, intentó apropiarse de su caballo, pero, antes de que lo consiguiera, se vio rodeado del estado mayor del mariscal Victor. Tambaleándose, Chover se dirigió al general francés y le dijo: —Ese hombre ha sido muerto por mí. Peleamos como caballeros. Exijo el respeto y trato de prisionero ...

Lo que ocurrió a continuación nos lo relata la monografía de Eduardo Arriaga sobre Chover, recogiendo referencias de la época: "Un oficial francés toma el caballo del compañero muerto; otros cuatro se colocan a la espalda del español; éste estudia su sentencia en la cara del general, pero siente un agudo dolor en la espalda que le hace volverse, mas no tan pronto que deje de ver la punta de un sable que sale por su estómago. Al dirigirse tambaleándose a sus asesinos, recibe otra estocada en el vientre que le atraviesa de parte a parte. Cae en tierra, recibiendo quince heridas terribles.
El general y su acompañamiento abandonan aquel lugar, y los cuatro verdugos desnudan al oficial español que, en su concepto, yace muerto".

El cuerpo de Chover fue encontrado por otro herido español, un sargento del regimiento de dragones de Lusitania, al cual le habían abierto la cabeza y andaba lleno de sangre y heridas. Se dio cuenta de que alguien tendido en la cuneta le hacía señas para que se acercase a socorrerle. Aunque el primero que necesitaba auxilio era él, el sargento se aproximó penosamente al otro herido y reconoció a Chover. Y no a primera vista, porque éste tenía la cabeza ensangrentada y abierta por dos profundas cuchilladas; la oreja izquierda cortada; un omoplato partido, el antebrazo derecho atravesado y seis estocadas en la espalda, aparte de dos que le atravesaban el estómago. Tenía perforado un muslo, herida la pierna derecha y un balazo en este mismo tobillo. Chover suplicó al sargento que le ayudase a levantarse y éste lo hizo mientras balbuceaba enloquecido pidiendo agua. Chover le serenó como pudo y le prometió que si lograban llegar al pueblo de Cebolla, no muy alejado, podrían saciar su sed.

Los dos eccehomos, apoyados el uno en el otro, fueron cojeando hacia el pueblo. La soldadesca francesa lo había ocupado y se mofó groseramente del triste aspecto de los dos heridos pero los dejó encaminarse a una casucha abandonada que vieron en las afueras. En ella encontraron casualmente agua y un colchón y rehicieron fuerzas. Al rato, Chover salió para explorar otra casita que estaba enfrente, también abandonada, y apenas entró se desmayó y quedó allí toda la noche.

Al amanecer del día 28, los franceses se reunieron con alarma y se fueron.

Chover volvió en sí y se dirigió a la casa donde había dejado a su compañero. herido. Desde la misma puerta vio que tenía el cráneo abierto. Y que la herida estaba cuajada de gusanos. Se aparto horrorizado, retornó a la otra casa y se dedicó a examinar sus propias heridas. De una de ellas asomaba un pedazo de intestino. Mientras reconocía estas desgracias, se dio cuenta de que un chico de poca edad lo contemplaba desde el umbral y se disponía a huir al darse cuenta de que Chover lo miraba. El herido le gritó que aguardara y le rogó que le prestara una navaja, si la llevaba, y si no, que fuera a buscarla deprisa. El niño volvió al cabo de poco tiempo con un cuchillito. Chover lo empuñó y sin vacilar "corta de un solo golpe el pedazo de redaño que, del tamaño de una manzana, asoma por la herida sin saber lo que se corta», según reseña la relación citada de Arriaga.

Después de esta atrevida cura, se desvaneció y al volver en sí se encontró rodeado de algunos vecinos compasivos y sorprendidos a los que había avisado el muchacho. Le explicaron que carecían de todo porque los franceses habían devastado sus casas. Sólo pudieron ofrecerle un poco de chocolate y ninguna medicina pues la botica había sido también saqueada por el enemigo. Los vecinos ocultaron a Chover durante cosa de mes y medio y lo atendieron como pudieron, al margen de toda autoridad española, pues las personas de distinción convivían con el ejército francés y no tenían ninguna gana de ayudar a Chover. 

Éste vivía de mendrugos de pan que le llevaban por la noche y curaba sus heridas con sal y vinagre. Un gitano tuvo que ser el que asease la cabellera y la barba del herido pues el barbero del pueblo se negó a atenderle.

Apenas pudo tenerse en pie, el alférez, hecho un esqueleto, quiso marcharse del pueblo de Cebolla y apoyado en un palo y vestido de harapos que le proporcionaron los caritativos vecinos, emprendió el camino de Talavera y desde ésta, apoyándose en un palo y con varias heridas abiertas, continuó penosamente hasta Sevilla. En ella se presentó al inspector de Caballería, marqués de Palacios, quien quedó estupefacto al contemplar aquella visión y escuchar su relato. Inmediatamente pasó al hospital y fue atendido celosamente: se curaron pronto diecinueve de sus heridas pero dos se resistieron al tratamiento y continuaron abiertas y enconadas todos los días de su vida.

Hasta hacerlo con efectos del 26 de julio de 1809 no ascendió a alférez efectivo, según indica su hoja de servicios. En 1810 Chover fue promovido a teniente y al año siguiente, declarado inválido. Se instaló en Játiva y se hizo agregar al Estado Mayor de Valencia en 1817, sin duda para tener mejores ocasiones de prestar servicio y mejorar sus haberes. En 1811 fue autorizado a casarse con doña Vicenta Martínez Picalqués, soltera, de 22 años, hija de un capitán. Como todo inválido militar, siguió ascendiendo y llegó a teniente coronel.

Le quedó humor para volver a las armas a favor del absolutismo, cuando entraron los Cien Mil Hijos de San Luis en España para restaurar la autoridad de Fernando VII, lo cual le fue aplaudido por el rey, que le concedió una medalla, como a "todos los impulsados de la más pura lealtad, que abandonaron el reposo de sus hogares y arrastraron toda clase de peligros a favor de los legítimos derechos de la soberanía de S. M. y en defensa de la religión y el Estado". 

En 1853 se conceden unos beneficios a doña Valentina Cuevas y Caballero, llamándola esposa del capitán don Antonio Chover, acaso en segundas nupcias. 

Nuestro personaje murió en Valencia en 1858, a los ochenta y un años de edad, acreditando en su hoja 66 años, un mes y dieciséis días de servicios.

Otro campeonato.


Autor : Pedro Voltes

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