1901 - 1920 : España y los años 20

El principio de siglo fue un periodo histórico de grandes cambios y ambivalencias. En esta época, se empezó todo lo que luego ha sido tomado como símbolo de la civilización contemporánea.

En el vestir se inició uno de los más profundos cambios. La distinción social estaba clara, cuando los hombres de las clases populares vestían con sus gorras de viseras y sus blusas, mientras, los burgueses de sombrero y traje llegaban incluso a cambiarse varias veces de ropa dando origen al personaje del dandy o el snob. Los zapatos era la prenda más cuidada y siempre tenía un brillo de recién lustrado. La razón era el esconder que uno se desplazaba a pie, porque los más acomodados lo hacían en coche de caballos o automóvil sin mancharlos.


Sin embargo, la mujer fue la que experimentó en las dos primeras décadas las más radicales transformaciones de su vestuario.

Un alivio fue que con la llegada de los bailes modernos el corsé resultó una incomodidad siendo desterrado. Con el principio de siglo, la mujer se iba a enfrentar a la vida más liberada y un símbolo de ello fue el abandono de la sombrilla y el abanico para poder pasear con la cara descubierta.
Además la llegada de nuevos deportes, llevó como en el caso del tenis a la necesidad de acortar la falda de las chicas para que pudiesen practicarlo. Este cambio trajo consigo la moda de las medias para no dejar las piernas expuestas a la luz y las miradas. Curiosamente las medias que habían sido una prenda de caballero fueron a partir de entonces casi exclusivamente ya utilizada por las señoritas.

Los acontecimentos políticos extranjeros también añadieron sus influencias como el resto de las cosas.

La Primera Guerra Mundial fue el acontecimiento que más transcendió en la moda. Por que, tanto los aliadófilos como los germanófilos se distinguían entre sí por su forma de vestir o de peinarse.

Entre lo más característico fue que mientras los francófilos les gustaba llevar el pelo largo, con barba o con el bigote con las puntas hacia abajo, sus rivales se engominaban el bigote para levantar las puntas del bigote en la forma guillermina.

La invención de nuevos artilugios trajo al siglo XX la imagen de la acción y la velocidad, de una época que miraba al futuro olvidando el pasado. Esta sensación que luego dio origen al futurismo se inició entonces.

El automóvil fue uno de los símbolos más representativos, aunque no gozó todavía del clamor que tendría años después. El automóvil fue en este periodo más un símbolo de ostentación de las clases acomodadas que un instrumento necesario de transporte. Los escasos ejemplares que existían en aquella época eran caros y se utilizaban exclusivamente para hacer excursiones y carreras. Un ejemplo fue cuando el rey Alfonso XIII fue con lo más representativo de la aristocracia al Palacio de El Pardo a dar la bienvenida a su prometida Victoria Eugenia de Battemberg.

Un caso muy distinto fue el tranvía eléctrico que pronto se convirtió en algo familiar de todas las ciudades modernas. El tranvía al menos era práctico porque por un módico precio conseguía acercar a los habitantes de los extrarradios a sus lugares de trabajo.

En cuanto al ocio, el rey del espectáculo en el Madrid de la Restauración fue el teatro. En 1908, con 35 teatros y 400 estrenos de obras, la capital era el principal centro de esparcimiento de la burguesía local como de la de provincias.

El teatro gozó en aquel entonces de una época dorada por las reinas de la escena María Guerrero y Margarita Xirgu, que cortaron con obras de autores de tan reconocido prestigio como Echegaray, Pérez Galdós, Benavente, los hermanos Álvarez Quintero o Valle Inclán, y la colaboración musical de Falla, Turina, Albéniz y Granados, quienes también se interesaron por la zarzuela.

El género chico vivió uno de sus grandes momentos al contar con los mismos autores y compositores del otro género que se sintieron orgullosos de trabajar en uno tan español como la zarzuela.

La presencia en la vida cotidiana del teatro se debió a la falta de competencia de otro espectáculo de masas. Con el tiempo, ira perdiendo fuerza en beneficio del cine que había empezado, a través, de representantes de los hermanos Lumiere a situar a Barcelona, como la capital cinematográfica de España. Las primeras películas mudas se realizaron en la ciudad condal. La temática se centró en temas de realismo social y costumbrista, y documentales de inauguraciones.

En la tauromaquia, el siglo comenzó con "Bombita" y "Machaquito", pero será a partir de 1913, hasta 1920, cuando el toreo viva su época más prestigiosa.

La línea ortodoxa se agotó en el clasicismo de Joselito, quien perfeccionó el arte hasta una difícil superación, acabando en 1920, al morir en el ruedo. Su rival y amigo fue Juan Belmonte, quien rompió las reglas existentes y revolucionó el toreo con una forma inusual al guiarse de su sentimiento.

Pero esto era símbolo de la España tradicional a la que por ejemplo la revista "España" o el diario "El Sol", como portavoces de los intelectuales más europeístas, procuraron ocultar, por sentir vergüenza de la fiesta nacional.

En cambio, la llegada de una reina inglesa ayudó a abrir el país a las modas extranjeras. Si esto se notó en las ropas, también ocurrió en las costumbres. El gusto por la velocidad, el dinamismo y la acción, fueron valores juveniles que influyeron en el peinado varonil que fue desde entonces hacia atrás.

La divulgación del deporte fue entre las clases acomodadas y no tuvo el efecto popular de ahora. El tenis o lawn-tennis fue un deporte elitista que muy poca gente pudo practicar.

La misma que llegada la estación veraniega se trasladaba a la costa donostiarra junto a la Corte, los periodistas, la aristocracia y la alta burguesía industrial para tomar sus baños de sol. Pero, volviendo a los deportes, éstos se diversificaron, con la aparición del ciclismo.

Primero con la divulgación del velocípedo y después con el invento del pedal, de la bicicleta. No obstante, en un principio fue un objeto que al ser de importación, fue un símbolo utilizado por las clases acomodadas para sus excursiones. Después empezaron algunos locos de la bici a hacer carreras, siendo la primera en España, la volta de Cataluña.

Como ya hemos dicho, la influencia británica se hizo notar. El boxeo empezó a sumar seguidores y el guipuzcoano Paulino Uzcudum llegó a ser uno de los grandes en los pesos pesados.

Sin embargo, el deporte rey que empezaría a causar furor fue el foot-ball, ya en sus primeros encuentros la Guardia Civil había tenido que intervenir para evitar las rivalidades entre barrios o ciudades.

El balompié, como también se le conocía empezó a ver desde principios de siglo el aumento progresivo del número de clubes. Los equipos fueron fundados en su mayoría por ingleses que trabajaban como técnicos en las minas de Río Tinto, como fue el Recreativo de Huelva, o en las minas de hierro vascas, como el Athletic de Bilbao junto al apoyo de aficionados locales, en muchos casos, antiguos alumnos de los colegios ingleses o franceses.

En el caso de Cataluña, el Palamós surgió por copiar a los marineros que descansaban en el puerto, y el Barcelona por el interés del suizo Hans Gamper, un grupo de ingleses y otro de catalanistas.

Sin embargo, la presencia de tanto extranjero tuvo su contrapartida, el catedrático de universidad Ángel Rodríguez Ruiz, fundó un equipo de fútbol exclusivamente compuesto por españoles, en su mayor parte carlistas catalanes. Como cabría suponer su nombre fue el Español, y en el se formó el mejor portero de la época, Ricardo Zamora.

Pero otros deportes empezaron hacer un lugar en el solar hispano. En 1909, se introdujo el golf, en 1913, fue el atletismo, y en 1920, el hockey.

Como en el tenis, todos ellos empezaron por ser patrimonio de las élites acomodadas y no será hasta después de varias décadas cuando empezaron a ser seguidos por el común de la sociedad.

A mediados de la década de los veinte se introduciría el baloncesto por un escolapio venido de Cuba que trajo la idea a España.

No cabe duda que los primeros veinte años vieron la génesis de lo que luego serán elementos característicos del mundo contemporáneo.


J. L. Allero.

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