1438: Grandeza y miseria del imperio Inca.

El gran imperio de los incas, bastante desarrollado en comparaciĆ³n con los pueblos que tiranizaba, estaba regido por un regimen imperial donde la religiosidad se manifestaba a travĆ©s de sacrificios humanos y la antropofagia, ello producĆ­a una felicidad negativa a los incas y daba lugar a un imperio con pies de barro. La llegada de los espaƱoles lo cambiĆ³ todo.

El gran imperio de los incas
El mayor y el mĆ”s efĆ­mero de los imperios que los espaƱoles hallaron en AmĆ©rica fue el de los incas. Se extendĆ­a desde Quito hasta mĆ”s alla de la ciudad chilena de Talca. Abarcaba, pues, lo que hoy es el sur de Colombia, Ecuador, PerĆŗ, Bolivia y mĆ”s de la mitad de Chile. AllĆ­, entre los Andes y el PacĆ­fico, vivieron entre 15 y 30 millones de indios,la capital incaica de Cuzco.


Antiguas leyendas, en las que sin duda hay un fondo histĆ³rico, hablan de los incas como de un pueblo fuerte y belicoso, que conducidos por un Hijo del Sol, desciende en el siglo XII de las altiplanicies andinas -la zona del lago Titicaca- emigrando a tierras bajas de mayor riqueza agrĆ­cola. Se instalan, con guerras de conquista, entre pueblos afines, asimilan otras culturas, como las de ChavĆ­n, Tiahuanaco, Moche, Nazca, y llegan asĆ­ a establecer en el siglo XV un gran imperio, cuya capital es el Cuzco, que significa punto central.

Desde el Cuzco, ciudad sagrada del Sol, situada a 3.500 metros de altura, salĆ­an al norte, sur y este una red de caminos que se calcula en unos 40.000 kilĆ³metros. Las vĆ­as principales eran hacia Quito, al norte, y hacia Chile, al sur. Cada dos o tres kilĆ³metros habĆ­a un tambo, almacĆ©n y puesto de relevos. AllĆ­ vivĆ­an dos chaskis, y si llegaban paquetes o mensajes, uno de ellos lo llevaba corriendo hasta el prĆ³ximo tambo, y asĆ­ era posible trasladar por todo el imperio cosas o documentos a unos diez kilĆ³metros por hora. Esta facilidad para las comunicaciones permitĆ­a al Inca gobernar eficazmente la gran extensiĆ³n del imperio, el Tahuantinsuyu, que estaba dividido en cuatro grandes suyus o regiones. Una mitad era Hanan, compuesto al norte por Chinchay-Suyu, y por el Anti-Suyu, al este montaƱoso. Y la otra mitad, Hurin, estaba formada por Cunti-Suyu, al poniente, y Colla-Suyu al sur.

Un mundo alto y hermoso
En junio de 1533, yendo Hernando Pizarro en comisiĆ³n de servicio hacia PachacĆ”mac, queda maravillado por los altos caminos incaicos de los Andes, y el corazĆ³n se le ensancha ante la majestad de aquellos paisajes grandiosos, como lo expresa en una carta:

«El camino de la sierra es cosa de ver, porque en verdad, en tierra tan fragosa, en la cristiandad no se han visto tan hermosos caminos, toda la mayor parte de la calzada. Todos los arroyos tienen puentes de piedra o de madera. En un rĆ­o grande, que era muy caudaloso y muy grande, que pasamos dos veces, hallamos puentes de red, que es cosa maravillosa de ver. Pasamos por ellos los caballos... Es la tierra bien poblada; tienen muchas minas en muchas partes de ella; es tierra frĆ­a, nieva en ella y llueve mucho; no hay ciĆ©nagas; es pobre de leƱa. En todos los pueblos principales tiene Atabalipa puestos gobernadores y asimismo los seƱores antecesores suyos... Tienen depĆ³sito de leƱa y maĆ­z y de todo lo demĆ”s. Y cuentan por unos nudos, en unas cuerdas [quipus], de lo que cada cacique ha traĆ­do. Y cuando nos habĆ­an de traer algunas cargas de leƱa u ovejas o maĆ­z o chicha, quitaban de los nudos, de los que lo tenĆ­an a cargo, y anudĆ”banlo en otra parte. De manera que en todo tienen muy gran cuenta e razĆ³n. En todos estos pueblos nos hicieron muy grandes fiestas e bailes» (Morales PadrĆ³n, Historia del descubrimiento 487-488).

Sociedad imperial
CrĆ³nicas antiguas hablan de una serie de Incas legendarios, pero propiamente el imperio incaico histĆ³rico dura un siglo, en el que se suceden cuatro Incas, o cinco si incluimos a Atahualpa. El primero de ellos es Titu-Manco-Capac, que con sus conquistas extendiĆ³ mucho el imperio, y que fue llamado Pachacutec, el reformador del mundo (pacha, mundo; cutec, cambiado). Este gran Inca, a partir de 1438 -un siglo antes de la llegada de los espaƱoles-, organiza por completo el imperio

Parece ser que el imperio inca no debe sus formas a unas tradiciones seculares, que se van desarrollando naturalmente, por decirlo asĆ­, sino que se configura exactamente segĆŗn una idea previa. El individuo, pieza anĆ³nima de una mĆ”quina muy compleja, queda absorbido en un Estado que le garantiza el pan y la seguridad, y una autoridad polĆ­tica absoluta, servida por innumerables funcionarios, hace llegar el intervencionismo gubernativo hasta las mĆ”s nimias modalidades de la vida social.

Una parte de la tierra se dedica al culto religioso, otra parte es propiedad del Inca, y segĆŗn explica el jesuita JosĆ© de Acosta (1540-1600) «la tercera parte de tierra daba el Inca para la comunidad. De esta tercera parte ningĆŗn particular poseĆ­a cosa propia, ni jamĆ”s poseyeron los indios cosa propia, si no era por merced especial del Inca, y aquello no se podĆ­a enajenar, ni aun dividir entre dos herederos. Estas tierras de comunidad se repartĆ­an cada aƱo, segĆŗn era la familia, para lo cual habĆ­a ya sus medidas determinadas».

La reconstrucciĆ³n de Cuzco, por ejemplo, es una muestra muy significativa de este sociedad imperial. Pachacutec hace primero levantar un plano en relieve de la ciudad soƱada, en seguida vacĆ­a de sus habitantes la ciudad real, y una vez reconstruĆ­da completamente, adjudica los lugares de residencia a cada familia de antiguos o nuevos habitantes, al mismo tiempo que prohibe a cualquier otro indio establecerse en la ciudad insigne. Ɖste es el planteamiento que el Inca sigue en el gobierno de todos los asuntos: elabora un plan, y dispone luego su aplicaciĆ³n prĆ”ctica por medio de funcionarios, que al ostentar una delegaciĆ³n del poder divino, no pueden ser resistidos por el pueblo. De este modo el Inca reforma el calendario, impone el quechua, regula detalladamente la organizaciĆ³n del trabajo, los modos de producciĆ³n y el comercio, reforma el ejĆ©rcito, funda ciudades y templos, precisa el modo de vestir o de comer o el nĆŗmero de esposas que corresponde a cada uno segĆŗn su grado en la escala social, sujeta todo a nĆŗmero y estadĆ­stica, y consigue asĆ­ que apenas sector alguno de la vida personal o comunitaria escape al control de la sagrada voluntad del Inca, el Hijo del Sol.

Por lo demĆ”s, siendo divino el Inca, la obediencia cĆ­vica adquiere una significaciĆ³n profundamente religiosa, pues toda resistencia a los decretos reales es un sacrilegio, no sĆ³lo un delito. Esta divinizaciĆ³n del Inca fue creciente, y culminĆ³ con Huayna Capac -padre de Atahualpa-, que reinĆ³ casi hasta la entrada de los espaƱoles. SegĆŗn informa Acosta, este Inca «extendiĆ³ su reino mucho mĆ”s que todos sus antepasados juntos», y «fue adorado de los suyos por dios en vida», cosa que no se habĆ­a hecho con los Incas anteriores. cuando muriĆ³, en las solemnes celebraciones funerarias, «mataron mil personas de su casa, que le fuesen a servir en la otra vida»

Ambiente social
Los niƱos incas debƭan ser educados, ya desde su primera infancia, en la vida disciplinada que habƭan de llevar siendo adultos. Las madres no los tomaban nunca en brazos, les daban baƱos de agua frƭa, no les toleraban caprichos ni rebeldƭas, y quizƔ por motivo estƩtico, les deformaban el crƔneo, apretƔndolo entre dos planchas. El incesto era proscrito al pueblo con pena de muerte, pero en cambio, a partir de Tupac Inca Yupanqui, abuelo de Atahualpa, era obligado que el Inca se casara con una hermana carnal. A esta norma contraria a la naturaleza atribuye en parte el padre Acosta la caƭda del imperio incaico

A los hombres adultos se les asignaba el trabajo sin discusiĆ³n, y tambiĆ©n podĆ­an ser trasladados (mitimaes) segĆŗn las conveniencias polĆ­ticas o laborales. el desplazamiento de familias, de ayllus completos o de grupos Ć©tnicos en masa, fue prĆ”ctica comĆŗn entre los incas. El ayllu, mucho mĆ”s organizado que el calpulli azteca, era el clan que enmarcaba toda la vida familiar y laboral del individuo.

Las mujeres eran tratadas sin mucha consideraciĆ³n ,eran consideradas como bienes del Estado. Ciertos funcionarios las seleccionaban y distribuĆ­an, de manera que las nobles o las elegidas, instruĆ­das en acllahuasi, eran entregadas como esposas a seƱores y curacas, o destinadas para vĆ­rgenes del Sol; y las otras, dadas como esposas o concubinas a hombres del pueblo o incluso a esclavos.

Ɖstos, los yanacunas, a diferencia de los servidores, no estaban registrados, ya que el Estado no los consideraba personas, si no cosas de sus dueƱos. A veces procedĆ­an de origen hereditario, y otras veces eran reclutados de los ayllus, y en ocasiones se trataba de prisioneros de guerra no sacrificados. Su nĆŗmero, para atender las necesidades polĆ­ticas o productivas, fue creciendo al paso de los siglos.

Sobre este pueblo, y distante de Ʃl como corresponde al Sol, gobernaba con gran esplendor el Inca sagrado, rodeado de una panaca o ayllu real, es decir, de una gran corte de familiares y servidores -de Tupac Inca Yupanqui, sucesor de Pachacutec, se dice que tuvo ciento cincuenta hijos-, y auxiliado en las tareas polƭticas por un cuerpo aristocrƔtico de orejones de sangre real -asƭ llamados despuƩs por los espaƱoles a causa de sus orejas, estiradas por adornos-, que extendƭan a las provincias la autoridad imperial por medio de una compleja red de curacas y funcionarios.


Orden implacable
La antigua legislaciĆ³n incaica establecĆ­a un rĆ©gimen muy duro, que recuerda al azteca en no pocos aspectos. Podemos evocarla recordando algunos textos del indio cristiano Felipe GuamĆ”n Poma de Ayala, yarovilca por su padre e inca por su madre, nacido en 1534, el cual transmite, en su extraƱo espaƱol mezclado de quechua, muchas tradiciones orales andinas:

«Mandamos que no haiga ladrones en este reino, y que por la primera [vez], fuesen castigados a quinientos azotes, y por la segunda, que fuese apedreado y muerto, y que no entierren su cuerpo, sino que lo comiesen las zorras y cĆ³ndores» . El adulterio tiene pena de muerte , y tambiĆ©n la fornicaciĆ³n puede tenerla: «doncellas y donceles» deben guardarse castos, pues si no el culpable es «colgado vivo de los cabellos de una peƱa llamada arauay [horca]. AllĆ­ penan hasta morir» . EstĆ” ordenado que quienes atentan contra el Inca o le traicionan «fuesen hechos tambor de [la piel de la] persona, de los huesos flauta, de los dientes y muelas gargantilla, y  de la cabeza mate de tener chicha» . Esta pena es aplicada tambiĆ©n a los prisioneros de guerra que no son perdonados o convertidos en yanacuna. El aborto es duramente castigado: «Mandamos la mujer que moviese a su hijo, que muriese, y si es hija, que le castiguen doscientos azotes y destierren a ellas... Mandamos que la mujer que fuese puta, que fuese colgada de los cabellos o de las manos en una peƱa y que le dejen allĆ­ morir»....

Las normas del Inca, al ser sagradas, eran muy estrictas, y estaban urgidas por un rĆ©gimen penal extraordinariamente severo. AdemĆ”s de las penas ya aludidas, existĆ­an otras tambiĆ©n terribles, como el «zancay debajo de la tierra, hecho bĆ³veda muy oscura, y dentro serpientes, culebras ponzoƱosas, animales de leones y tigre, oso, zorra, gatos de monte, buitre, Ć”guila, lechuzas, sapo, lagartos. De estos animales tenĆ­a muy muchos para castigar a los bellacos y malhechores delincuentes». AllĆ­ eran arrojados «para que les comiesen vivos», y si alguno, «por milagro de Dios», sobrevivĆ­a a los dos dĆ­as, entonces era liberado y recibĆ­a del Inca honras y privilegios. «Con este miedo no se alzaba la tierra, pues habĆ­a seƱores descendientes de los reyes antiguos que eran mĆ”s que el Inca. Con este miedo callaban».

Al parecer, el imperio de los incas, fĆ©rreamente sujetado con normas y castigos, consiguiĆ³ reducir el Ć­ndice de delincuencia a un mĆ­nimo: «Y asĆ­ andaba la tierra muy justa con temoridad de justicia y castigos y buenos ejemplos. Con esto parece que eran obedientes a la justicia y al Inca, y no habĆ­a matadores ni pleitos ni mentiras ni peticiones ni proculadrones ni protector ni curador interesado ni ladrĆ³n, sino todo verdad y buena justicia y ley» . GuamĆ”n, sin poder evitarlo, recuerda aquellos tiempos, que Ć©l no conociĆ³ directamente, con una cierta nostalgia...

Artes y ciencias
La arquitectura de los incas, realizada con una gran perfecciĆ³n tĆ©cnica, apenas tiene concesiones al adorno decorativo, y se caracteriza por la sobria simplicidad de lĆ­neas, la solidez imponente y la proporciĆ³n armoniosa. Esta misma tendencia a la simetrĆ­a de un orden elegante se aprecia en la cerĆ”mica, de adornos normalmente geomĆ©tricos. La orfebrerĆ­a llegĆ³ a niveles supremos de tĆ©cnica, belleza y refinamiento. Los instrumentos musicales mĆ”s usuales, en los que sonaban melancĆ³licas melodĆ­as, fueron silbatos y ocarinas, cascabeles y tambores, y sobre todo las flautas, muy perfectas. Los incas no conocieron la escritura, pero sĆ­ alcanzaron notables expresiones en canto, poesĆ­a y leyendas de tradiciĆ³n oral.

En el campo cientĆ­fico permanecieron los incas en un nivel bastante rudimentario, y casi siempre prĆ”ctico. Empleaban el sistema decimal en cuentas y estadĆ­sticas, hĆ”bilmente llevadas en los quipos, cuerdas con nudos. Sus conocimientos astronĆ³micos eran considerables, pero muy inferiores a los de los aztecas. ConocĆ­an el cĆ­rculo, comenzando por la imagen del Sol, pero no alcanzaron a aplicarlo ni a la rueda ni al torno, ni a bĆ³vedas ni a columnas. Sin estos medios fundamentales, hicieron los incas, sin embargo, notables obras de caminos y puentes, canales y terrazas de cultivo. En la organizaciĆ³n de la ganaderĆ­a -llamas y alpacas, principalmente, alcanzaron un desarrollo importantee, y tambiĆ©n en el de la agricultura, aunque no conocieran el arado.

Religiosidad
Los incas asumen los cultos de los pueblos vencidos, al mismo tiempo que les imponen su religiĆ³n de Estado. Se produce, pues, una subordinaciĆ³n de las religiones tribales a la religiĆ³n solar de los incas. Un dios Creador, Viracocha o Pachacamac, invisible, incognoscible e impensable, estĆ” desde los orĆ­genes legendarios por encima del dios Sol y de los diversos Ć­dolos. Garcilaso de la Vega, hijo de un capitĆ”n espaƱol y de una india noble (1539-1616), en cuanto «indio catĆ³lico por la gracia de Dios», asegura que Pachacamac (pacha, mundo, cama, animar) es ciertamente el Creador, «la divinidad suprema que da la vida a los seres y al universo»

Este elevado culto, sin embargo, queda de hecho limitado a las clases superiores, en tanto que el pueblo venera las huacas, nombre con el que se designan todas las sacralidades fundamentales, Ć­dolos, templos, tumbas, momias, lugares sagrados, animales, aquellos astros de los que los ayllus (clanes) creĆ­an descender, los propios antepasados, y en fin, la huaca principal, el Sol. Incluso los incas «adoran los Ć”rboles de la coca que comen ellos y asĆ­ les llaman coca mama [la coca ceremonial]» .

El mundo de los incas, a diferencia del de los aztecas, apenas produjo notables lugares de culto, fuera del conjunto de templos de Tiahuanaco o del Cuzco. PoseĆ­a, eso sĆ­, al modo de los aztecas, un importante cuerpo sacerdotal, numeroso y fuertemente jerarquizado. Y el Inca, como hijo del dios Solar, era la suprema autoridad religiosa.

Por lo demĆ”s, en el imperio inca, como en el azteca, toda la vida cĆ­vica se ve enmarcada en una sucesiĆ³n de fiestas religiosas: se practica la confesiĆ³n de los pecados, se celebran mortificaciones, ayunos y oraciones solemnes, hay ceremonias para la interpretaciĆ³n de signos fastos o nefastos, y tambiĆ©n a veces embadurnan las huacas e imĆ”genes divinas con la sangre de las vĆ­ctimas sacrificadas. Especial importancia tiene tambiĆ©n en la religiosidad de los incas la exposiciĆ³n de las momias de los antepasados en fiestas pĆŗblicas o domĆ©sticas.

Sacrificios humanos
Al parecer, los incas en sus sacrificios religiosos ofrendaban normalmente vĆ­ctimas sustitutorias, como llamas.Pero, numerosas informaciones, corroboradas por estudios arqueolĆ³gicos, nos permiten afirmar que, aun cuando no fue muy usual, esta prĆ”ctica no fue ajena a las manifestaciones religiosas de los incas.
Las vĆ­ctimas humanas [copaccochas], niƱos o adolescentes sin mĆ”cula ni defecto, eran sacrificadas con ocasiĆ³n de ceremonias importantes en honor de divinidades y huacas, y tambiĆ©n para propiciar buenas cosechas o ahuyentar desastres de pestes o sequĆ­as» . Recientes investigaciones, hechas en la regiĆ³n selvĆ”tica sureste del PerĆŗ, han comprobado en ciertas tribus la persistencia actual del sacrificio ritual de doncellas (25-5-1997).

GuamĆ”n Poma de Ayala, cuando describe al detalle el Calendario cĆ­vico-religioso de los incas, hace ver que los sacrificios humanos se producĆ­an entre los incas -no precisa la Ć©poca- de forma ordinaria; asĆ­, por ejemplo, en la fiesta Ynti Raymi de junio , en la Chacra Yapuy Quilla (mes de romper tierras) de agosto  o en la Capac Ynti Raymi (fiesta del seƱor Sol) . El Inca supremo es quien ordenaba las normas de estos sacrificios , y los tocricoc (corregidores) y michoc incas (jueces) debĆ­an rendirle cuentas de su fiel ejecuciĆ³n .

Antropofagia
No es posible en algunas cuestiones hacer afirmaciones generales acerca del imperio inca, dada su enorme extensiĆ³n y la relativa tolerancia que mantenĆ­a hacia los cultos y costumbres de las tribus sujetas.

Hay, sin embargo, «datos suficientes -escribe Salvador de Madariaga- para probar la omnipresencia del canibalismo en las Indias antes de la conquista. Unas veces limitado a ceremonias religiosas, otras veces revestido de religiĆ³n para cubrir usos mĆ”s amplios, y otras franco y abierto, sin relaciĆ³n necesaria con sacrificio alguno a los dioses, la costumbre de comer carne humana era general en los naturales del Nuevo Mundo al llegar los espaƱoles. Los mismos incas que, si hemos de creer a Garcilaso, lucharon con denuedo contra la costumbre, se la encontraron en casi todas las campaƱas emprendidas contra los pueblos indios que rodeaban el imperio del Cuzco, y no consiguieron siempre arrancarla de raĆ­z aun despuĆ©s de haber conseguido imponer su autoridad sobre los nuevos sĆŗbditos».

«Sabemos por uno de los observadores mĆ”s competentes e imparciales, ademĆ”s de indiĆ³filo, de las costumbres de los naturales, el jesuita Blas Valera, que aĆŗn casi a fines del siglo XVI, "y habla de presente, porque entre aquellas gentes se usa hoy de aquella inhumanidad, los que viven en los Antis comen carne humana, son mĆ”s fieros que tigres, no tienen dios ni ley, ni sabe quĆ© cosa es virtud; tampoco tienen Ć­dolos ni semejanza de ellos; si cautivan alguno en la guerra, o de cualquier otra suerte, sabiendo que es hombre plebeyo y bajo, lo hacen cuartos, y se los dan a sus amigos y criados para que se los coman o vendan en la carnicerĆ­a: pero si es hombre noble, se juntan los mĆ”s principales con sus mujeres e hijos, y como ministros del diablo, le desnudan, y vivo le atan a un palo, y con cuchillo y navajas de pedernales le cortan a pedazos, no desmembrĆ”ndole, sino quitĆ”ndole la carne de las partes donde hay mĆ”s cantidad de ella; de las pantorrillas, muslos, asentaderas y molledos de los brazos, y con la sangre se rocĆ­an los varones, las mujeres e hijos, y entre todos comen la carne muy aprisa, sin dejarla bien cocer ni asar, ni aun mascar; trĆ”gansela a bocados, de manera que el pobre paciente se ve vivo comido de otros y enterrado en sus vientres. Las mujeres, mĆ”s crueles que los varones, untan los pezones de sus pechos con la sangre del desdichado para que sus hijuelos la mamen y beban en la leche. Todo esto hacen en lugar de sacrificio con gran regocijo y alegrĆ­a, hasta que el hombre acaba de morir. Entonces acaban de comer sus carnes con todo lo de dentro; ya no por vĆ­a de fiesta ni de deleite como hasta allĆ­, sino por cosa de grandĆ­sima deidad; porque de allĆ­ adelante las tienen con suma veneraciĆ³n, y asĆ­ las comen por cosa sagrada. Si al tiempo que atormentaban al triste hizo alguna seƱal de sentimiento con el rostro o con el cuerpo, o dio algĆŗn gemido o suspiro, hacen pedazos sus huesos despuĆ©s de haberle comido las carnes, asadura y tripas, y con mucho menos precio los echan en el campo o en el rĆ­o; pero si en los tormentos se mostrĆ³ fuerte, constante y feroz, habiĆ©ndole comido las carnes con todo el interior, secan los huesos con sus nervios al sol, los ponen en lo alto de cerros, los tienen y adoran por dioses, y les ofrecen sacrificios"» . Escenas semejantes describe Cieza de LeĆ³n en 1537, como vistas por Ć©l mismo en la zona de Cali y de Antioquia, al extremo norte del imperio incaico .

Por otra parte, en algunas regiones del imperio inca la antropofagia se hace necrofagia. Cuando GuamĆ”n refiere las ceremonias fĆŗnebres propias de los Anti-Suyos, escribe: «son indios de la montaƱa que comen carne humana. Y asĆ­ apenas deja el difunto que luego comienzan a comerlo que no le dejan carne, sino todo hueso... Toman el hueso y lo llevan los indios y no lloran las mujeres ni los hombres, y lo meten en un Ć”rbol que llaman uitica, allĆ­ lo meten y lo tapan muy bien, y de allĆ­ nunca mĆ”s lo ven en toda su vida ni se acuerdan de ello» .

Felicidad negativa de los incas
Louis Baudin, al considerar el estado de Ć”nimo de los incas, habla de una «felicidad negativa: el imperio realizaba lo que D’Argenson llamaba una "cĆ”fila de hombres felices". No despreciemos demasiado este resultado. No es poca cosa haber evitado los peores sufrimientos materiales: el del hambre y el del frĆ­o. Rara vez el PerĆŗ conociĆ³ la carestĆ­a, a pesar de la pobreza de su suelo, mientras que la Francia de 1694 y de 1709 sufrĆ­a todavĆ­a crueles hambres. No es poca cosa tampoco haber suprimido el crimen, y establecido, al mismo tiempo que un orden perfecto, una seguridad absoluta» . En efecto, los Incas imperiales, eliminando totalmente la libertad cĆ­vica de sus sĆŗbditos, enmarcĆ”ndoles en un cuadro social y religioso totalitario, y sacĆ”ndoles de la pereza y del hambre, les dieron un cierto grado de paz y prosperidad.

Los mayores y primeros elogios de los Incas proceden de los mismos cronistas espaƱoles. SegĆŗn el padre Acosta, «hicieron estos Incas ventajas a todas las otras naciones de AmĆ©rica en policĆ­a y gobierno» . Y quienes conocieron su rĆ©gimen concuerdan en que «mejor gobierno para los indios no le puede haber, ni mĆ”s acertado» . Es cierto que «la mayor riqueza de aquellos bĆ”rbaros reyes era ser sus esclavos todos sus vasallos, de cuya trabajo gozaban a su contento. Y lo que pone admiraciĆ³n, servĆ­ase de ellos por tal orden y por tal gobierno, que no se les hacĆ­a servidumbre, sino vida muy dichosa» . «Sin duda, era grande la reverencia y aficiĆ³n que esta gente tenĆ­a a sus Incas» .

MĆ”s antiguo y valioso es aĆŗn el testimonio del soldado cronista Cieza de LeĆ³n (1518-1560), que conociĆ³ el PerĆŗ en los aƱos caĆ³ticos que siguieron a su conquista. Dice asĆ­: «Como siempre los Incas hiciesen buenas obras a los que estaban puestos en su seƱorĆ­o, sin consentir que fuesen agraviados ni que les llevasen tributos demasiados», ayudando tambiĆ©n a las regiones mĆ”s pobres, «con estas buenas obras, y con que siempre el SeƱor a los principales daba mujeres y preseas ricas, ganaron tanto las gracias de todos que fueron de ellos amados en extremo grado, tanto que yo me acuerdo por mis ojos haber visto a indios viejos, estando a vista del Cuzco, mirar contra la ciudad y alzar un alarido grande, el cual se les convertĆ­a en lĆ”grimas salidas de tristeza contemplando el tiempo presente y acordĆ”ndose del pasado, donde en aquella ciudad por tantos aƱos tuvieron seƱores de sus naturales, que supieron atraerlos a su servicio y amistad de otra manera que los espaƱoles» .


Un imperio con pies de barro
El totalitarismo del imperio inca, ajeno al mundo circundante, flotando en una cierta intemporalidad, se dirƭa pensado para durar indefinidamente. Por el contrario, era tremendamente vulnerable. Aquel mundo hierƔtico y compacto, alto y hermoso, mayor que media Europa, y con un ejƩrcito perfectamente organizado, tan adiestrado en la defensa como en el ataque, fue conquistado rƔpidamente por un capitƔn audaz, Francisco Pizarro, con 170 soldados. Parece increƭble.

Pero es explicable. los espaƱoles tomaron «los mandos del imperio inca como si fuesen los de una locomotora. En el PerĆŗ antiguo no se pensaba en otra cosa que en obedecer, y preso y muerto Atahualpa, se siguiĆ³ obedeciendo a quien quiera que mandara, y asĆ­ lo hizo el Ćŗltimo obrero drogado por la coca, y lo hizo el astrĆ³nomo, y lo hizo el cirujano que practicaba trepanaciones y el constructor que levantaba las obras que hoy siguen pasmĆ”ndonos con sus misterios tĆ©cnicos insolubles, como, por ejemplo, los que se entraƱan en la edificaciĆ³n de Machu-Picchu, en sus picachos de vĆ©rtigo» .

Analizando El imperio de los Incas, el economista e historiador Louis Baudin, habla de un «imperio geomĆ©trico y frĆ­o, vida de uniformidad y hastĆ­o», donde nada se ha dejado al azar o a la creatividad personal. «Ni ambiciĆ³n, ni deseo, ni gran alegrĆ­a, ni gran pena, ni espĆ­ritu de iniciativa, ni espĆ­ritu de previsiĆ³n. La existencia transcurre siguiendo el curso inmutable de las estaciones. Nada que temer, nada que esperar; un camino exactamente trazado sin desviaciĆ³n posible, una rectitud de espĆ­ritu impuesta sin deformaciĆ³n imaginable; una vida calma, monĆ³tona, incolora; una vida apenas viviente.

El indio se deja mecer por el ritmo de los trabajos y de los dĆ­as, y termina por acostumbrarse a esta somnolencia, por amar esta nada. Su seƱor es un dios que le sobrepasa infinitamente, y su fin no es sino evitar cualquier sanciĆ³n» . Esta ordenada masa de hombres lentos, melancĆ³licos y pasivos va a ceder casi sin resistencia ante el impulso poderoso de un pequeƱo fermento de hombres activos y turbulentos, que proceden del mundo cristiano de la libertad. Recordemos cĆ³mo sucediĆ³.

Descubrimiento del PerĆŗ

A comienzos del siglo XVI, el PerĆŗ fue para los espaƱoles una regiĆ³n adivinada, ilusoria, llena de riquezas, buscada desde PanamĆ” y desde el RĆ­o de la Plata. Partiendo de PanamĆ” en 1522, el alavĆ©s Pascual de Andagoya no logrĆ³ costear sino una parte de la actual Colombia, consiguiendo sĆ³lo vagas noticias del imperio de los incas .

A su regreso, Francisco Pizarro (1475-1541) oye estas referencias, y empieza a soƱar en la conquista del Incario. ExtremeƱo de Trujillo, llegado a las Indias en 1502 en las naves de Ovando, era Pizarro hombre de muchas y variadas experiencias indianas, adquiridas militando con Ojeda, Enciso, Balboa, Morales, Pedrarias. Obtiene, pues, Pizarro licencia del gobernador Pedrarias, y se asocia con Diego de Almagro y el clƩrigo Hernando Luque para formar una compaƱƭa descubridora.

Las primeras expediciones (1524-1525 y 1526-1528), escasas de conocimientos geogrĆ”ficos, de hombres y de medios, consiguen sĆ³lo aproximarse al imperio de los Incas y conocerlo mejor, pero pasan por calamidades durĆ­simas, casi insuperables, sufren graves pĆ©rdidas, y llegan a una situaciĆ³n lĆ­mite, en la que parece inevitable abandonar el intento. Concretamente, en septiembre de 1527, estando refugiados en la isla del Gallo, cuando decide Pizarro jugarse el todo por el todo. Traza una raya en la arena de la playa, y dice a sus compaƱeros: «por aquĆ­ se va a PanamĆ” a ser pobre; por allĆ”, al PerĆŗ, a ser rico y a llevar la santa religiĆ³n de Cristo, y ahora, escoja el que sea buen castellano lo que mejor estuviere». Trece hombres, los Trece de la Fama, se unen a su jefe. Esta expediciĆ³n, la segunda, alcanza hasta TĆŗmbez, donde llegan a saber que hay en el PerĆŗ una guerra civil, en la que dos hermanos se disputan el imperio de los incas. Regresados todos a PanamĆ”, decide Pizarro viajar a EspaƱa, para intentar el asalto final con mĆ”s autoridad y medios.

El emperador Carlos I recibe con agrado las noticias de Pizarro, que ha llegado con un grupo de indios y tambiĆ©n con oro, y en 1529 se establece el documento de CapitulaciĆ³n para la conquista. Pizarro coincide en la corte con el famoso HernĆ”n CortĆ©s, otro extremeƱo, de MedellĆ­n, que le aconsejĆ³ segĆŗn sus experiencias de MĆ©xico. Recoge el ahora gobernador Pizarro a sus hermanos Hernando, Gonzalo y Francisco MartĆ­n de AlcĆ”ntara, y vuelve a PanamĆ”.

CaĆ­da del Imperio incaico
La expediciĆ³n tercera, la de la conquista, se inicia en enero de 1531. Pizarro, que tiene entonces unos 56 aƱos, se hace a la mar en tres navĆ­os, acompaƱado de tres frailes, entre ellos fray Vicente Valverde, 180 soldados y 37 caballos. De PanamĆ” llegan despuĆ©s mĆ”s refuerzos. Tras muchas penalidades, alcanzan TĆŗmbez, donde queda una guarniciĆ³n. Siguen adelante y fundan San Miguel, sitio donde permanecen todavĆ­a cinco meses. Ahora sĆ­ estĆ”n en las puertas de un imperio inca, que estaba en grave crisis.

En efecto, Huayna Capac, tercero de los Incas histĆ³ricos, antes de morir en 1523, hace reconocer en el Cuzco como HuĆ”scar Inca, sucesor suyo, a su hijo Titu-Cusi-Huallpa, hijo de reina (coya). Pero deja como gobernador del norte, en la marca septentrional que estaba sostenida por sus generales, a su hijo Atau-Huallpa, nacido de una india quiteƱa (Ʊusta). Atahualpa se alza en guerra contra su hermano y prevalece sobre Ć©l... AsĆ­ estĆ”n las cosas en el PerĆŗ cuando en 1532 llega Pizarro con su hueste mĆ­nima. El Inca usurpador recibe en ese tiempo, sin especiales alarmas, noticias de los visitantes. El 24 de setiembre sale Pizarro con sus hombres a su encuentro, hacia Cajamarca. El Inca duda entre eliminarlos sin mĆ”s, o dejarles entrar primero, recibir de ellos noticias y obsequios, y suprimirlos despuĆ©s. Aconsejado por su corte, decide lo segundo.

Conocemos bien los detalles del primer encuentro entre Atahualpa y Pizarro, que se produjo en Cajamarca, pues tuvo cronistas, como Francisco de Xerez y Diego Trujillo, que fueron testigos presenciales. El Inca, llevado en litera, se presentĆ³ en toda su majestad ante un grupo deslucido de unos 170 barbudos. El padre Valverde, dominico, iniciĆ³ su discurso religioso, y presentĆ³ al Inca su breviario, donde estaba escrita la verdad, pero Atahualpa tirĆ³ el libro al suelo, despreciativo. Entonces Pizarro se armĆ³ rĆ”pidamente de espada y adarga, «entrĆ³ por medio de los indios, y con mucho Ć”nimo, con solo cuatro hombres que le pudieron seguir, allegĆ³ hasta la litera donde Atabalipa estaba, y sin temor le echĆ³ mano del brazo, diciendo: "Santiago". Luego soltaron los tiros y tocaron las trompetas, y saliĆ³ la gente de pie y de caballo...

«En todo esto no alzĆ³ indio armas contra espaƱol; porque fue tanto el espanto que tuvieron de ver entrar al Gobernador entre ellos, y soltar de improviso la artillerĆ­a y entrar los caballos de tropel, como era cosa que nunca habĆ­an visto; con gran turbaciĆ³n procuraban mĆ”s huir por salvar las vidas que de hacer guerra» . Y de esta manera, despuĆ©s de «poco mĆ”s de media hora» de combate, el imperio formidable de los Incas, tras un siglo de existencia, quedĆ³ sujeto a la Corona espaƱola. Era el 15 de noviembre de 1532.

Como sucediĆ³ en MĆ©xico, donde los aztecas creyeron al principio que los espaƱoles eran divinos (teĆŗles), tambiĆ©n en el PerĆŗ, segĆŗn afirma el padre Acosta, los incas, sobrecogidos ante el poder nuevo de los espaƱoles, «los llamaron Viracochas, creyendo que era gente enviada por Dios, y asĆ­ se introdujo este nombre hasta el dĆ­a de hoy, que llaman a los espaƱoles Viracochas» . Por otra parte, los jefes espaƱoles -tambiĆ©n a semejanza de lo ocurrido doce aƱos antes en MĆ©xico, con Moctezuma-, tratan cortĆ©smente con Atahualpa, «teniĆ©ndole suelto sin prisiĆ³n, sino las guardas que velaban» .

En esta situaciĆ³n, el Inca sigue ejerciendo cierta autoridad sobre el imperio. Rodeado de sus familiares y siervos, manda que su hermano HuĆ”scar sea asesinado. Y tres ejĆ©rcitos incaicos, en Quito, Cuzco y Jauja, reciben todavĆ­a Ć³rdenes suyas, en las que mĆ”s de una vez, como es natural, ordena la eliminaciĆ³n de los espaƱoles...

El profesor Ballesteros Gaibrois hace notar que «los espaƱoles estaban en verdad sitiados en Cajamarca, y para ellos la situaciĆ³n era realmente de vida o muerte. Los Ćŗltimamente llegados [de Chile] con Almagro, abogaban por la rĆ”pida supresiĆ³n del monarca indio, aduciendo su traiciĆ³n», que no era tal, sino legĆ­tima defensa. «Cada parte tenĆ­a razones para actuar como actuaron, pero el proceso carecĆ­a de legalidad, y sĆ³lo las poderosas razones de la guerra y el espĆ­ritu de conservaciĆ³n llevaron a la ejecuciĆ³n de un reo que realmente no lo era» .

En la votaciĆ³n, 350 votos contra 50 deciden la muerte de Atahualpa, y Pizarro cede de mala gana. La ejecuciĆ³n se produce el 24 de junio de 1533, y Carlos I, en carta de 1534, le hace reproches a Pizarro con amargura, sobre todo porque el Inca no ha sido muerto en guerra, sino en juicio: «La muerte de Atahualpa, por ser seƱor, me ha desplacido especialmente siendo por justicia».

Durante unos aƱos, Pizarro consolida la conquista, domina la primera anarquĆ­a que se produce al venirse abajo el orden imperial, vence las sublevaciones indias alentadas por otro hijo de Huayna Capac, Manco Inca, impulsa una primera organizaciĆ³n mĆ­nima, manteniendo en lo posible las estructuras incaicas ya existentes, y al norte del Cuzco, cerca del mar, funda Lima, en 1535, la que fue llamada Ciudad de los Reyes, por haber sido fundada en el dĆ­a de la EpifanĆ­a.

Conquista de Chile
DespuĆ©s de la fracasada expediciĆ³n de Almagro, nada se habĆ­a intentado hacia Chile. Don Pedro de Valdivia, hidalgo extremeƱo, maestre de campo y hombre de confianza de Pizarro, le pide a Ć©ste autorizaciĆ³n para intentar la conquista de Chile. Parte del PerĆŗ a comienzos de 1540, con una docena de hombres -el nombre de Chile inspiraba temor y casi nadie se animaba a la empresa-. Se le suman mĆ”s hombres por el camino, hasta 150, la mayorĆ­a de ellos hidalgos, de los que incluso 33 sabĆ­an leer y escribir, y 105 firmar.

Superando grandes resistencias de indios, desiertos y distancias, llega Valdivia a fundar en 1541 Santiago de Chile. En sus cartas a Carlos I se nota que Ć©l, como HernĆ”n CortĆ©s, el primer mexicano, se ha enamorado de aquella tierra -«para perpetuarse no la hay mejor en el mundo»-, y viene a ser el primer chileno.

Con mucha solicitud por poblar, se fundan en su tiempo ciudades como La Serena (1544), ConcepciĆ³n (1550), Valdivia (1552), La Imperial (1552) y Villarrica (1552). Finalmente Valdivia, en 1553, acudiendo a sofocar la insurrecciĆ³n de Arauco, conducida por su antiguo paje, el valeroso Lautaro, muere con todos sus compaƱeros en Tucapel.

Antes y ahora
Los cronistas de la Ć©poca dejan ver en ocasiones que al encontrarse los espaƱoles y los indios, tanto en el PerĆŗ como en otros lugares de AmĆ©rica, se produjo a veces una relativa degradaciĆ³n moral de los indios, que ya no se sujetaban a sus antiguas normas, y que todavĆ­a no habĆ­an asimilado los ideales cristianos. Es Ć©sta, por ejemplo, una tesis continua en la obra de GuamĆ”n, cristiano sincero, que idealiza quizĆ” un pasado inca, que Ć©l, nacido en 1534, no pudo conocer personalmente. Ɖl piensa que los incas «guardaron los mandamientos y buenas obras de misericordia de Dios en este reino, lo cual no lo guardan ahora los cristianos».

GuamĆ”n piensa que la atenciĆ³n de huĆ©rfanos e invĆ”lidos, enfermos y pobres, antes era mejor . Ahora abundan el juego, las deudas y los robos, cosas que antes apenas se daban . Ahora hay pereza y rebeldĆ­a en el indio, mientras que antiguamente «el indio tenĆ­a tanta obediencia como los frailes franciscanos y los reverendos padres de la CompaƱƭa de JesĆŗs. Y asĆ­ los indios besaban las manos y el corazĆ³n del cacique principal para salir a trabajar... Antes habĆ­a mĆ”s humildad y caridad y amor del servicio de Dios y de su Majestad en todo este reino. Ahora estĆ” perdido el mundo» . Antes, «en tiempo de los Incas no habĆ­a adĆŗlteras, putas, mal casadas» , «no hubo adĆŗltera ni lujuriosa mujer, y a Ć©sta luego le mataba en este reino» . Pero ahora las indias, en trato con espaƱoles y espaƱolas, se han echado a perder, y «salen muy muchos mesticillos y mesticillas, cholos y cholas. Y asĆ­ no hay remedio en este reino» . Antes «los Incas a los indios, indias borrachos los mandaba matar luego como a perros y puercos. Ahora en esta vida se les perdona por Dios y asĆ­ recrece mĆ”s» el vicio .

El indio GuamĆ”n, al recordar el caĆ­do imperio incaico, no quiere que sea restablecido, pero sĆ­ que se aplique a los indios conversos una ascĆ©tica cristiana de dureza incaica. Y asĆ­ pretende que «todos los indios en este reino obedezcan todo lo que manda la santa madre Iglesia y lo que mandan los prelados y curas y sacerdotes, los diez mandamientos, el evangelio y la ley de Dios que fuere mandado. Y que no pasen de mĆ”s ni menos. Y a los que pasasen, sea castigado y quemado en este reino» ...

En los ingenuos escritos de GuamĆ”n se aprecia a veces que le sale el inca, pero en otras ocasiones hace observaciones realmente conmovedoras: «Mira, cristiano lector, aprende de esta gente bĆ”rbara que aquella sombra de conocer al Creador no fue poco. Y asĆ­ procura de mezclar [todo lo bueno que esos indios vivieron] con la ley de Dios para su santo servicio» .

Del orden al caos

El sistema totalitario de los Incas de tal modo era un todo, que una vez descabezado por los espaƱoles, cae totalmente. Ya muy pronto los incas, completamente desorganizados y desmoralizados, no suponen un peligro para los viracochas espaƱoles. MƔs bien encuentran Ʃstos el peligro en las guerras civiles que ellos mismos producen, hasta dar en un caos de anarquƭa...

En efecto, por esos aƱos, el PerĆŗ era un hervidero de guerras civiles entre los espaƱoles, algo vergonzoso para aquellos indios, tan hechos a la disciplina imperial del Inca. Luchan Francisco Pizarro y Diego de Almagro (1537-1538); pelean a muerte el hijo de Almagro y Vaca de Castro, nuevo gobernador del PerĆŗ (1541-1542); se rebela Gonzalo Pizarro contra las Leyes Nuevas que llegan de EspaƱa, y es muerto el virrey NĆŗƱez de Vela (1544-1546); lucha Gonzalo Pizarro contra el licenciado La Gasca, eclesiĆ”stico enviado por la Corona con plenos poderes, y el primero es derrotado y muerto (1547-1548); se alza HernĆ”ndez GirĆ³n contra la Audiencia de Lima (1553-1554), y finalmente La Gasca impone la autoridad de la Corona. SĆ³lo entonces el virreinato del PerĆŗ se afirma y va adelante.

Del caos al orden
La Gasca trajo al PerĆŗ la paz, tras veinte aƱos de caos. Y el virrey Francisco de Toledo estableciĆ³ el orden, hasta el punto que ha sido llamado «el nuevo Pachacutec» del mundo hispano-incaico. Toledo hizo personalmente una visita larga y minuciosa del antiguo imperio, y tras recoger amplias informaciones de los funcionarios de provincias -publicadas en el siglo XIX en cuatro tomos, con el tĆ­tulo Relaciones geogrĆ”ficas de las Indias-, fue configurando un orden nuevo, no indio, ni hispano, sino hispanoindio. SegĆŗn Louis Baudin, «los destinos de un pueblo han sido rara vez dirigidos por administradores tan grandes como el presidente La Gasca o el virrey F. de Toledo» .

En efecto, dice el mismo autor en otra obra, «los espaƱoles han destruido los Ć­dolos y los quipos, pĆ©rdida irreparable, pero han conservado muchas instituciones y no han tratado de suprimir a los habitantes, como colonizadores menos bien intencionados no han dudado de hacer en otras partes. En un estilo muy actual, el Rey de EspaƱa designaba al PerĆŗ como un «reino de ultramar» y no como una colonia, y lo miraba como una rĆ©plica de la metrĆ³poli al otro lado del ocĆ©ano, no como un territorio para explotar. Los indĆ­genas gozaban de las disposiciones protectoras "inverosĆ­milmente modernas" de las leyes de Indias [J. A. Doerig], y ya desde mediados del siglo XVI, Lima vino a ser uno de los grandes centros culturales del Nuevo Mundo» .

PerĆŗ cristiano de 1550

Daremos aquĆ­ sĆ³lamente unos pocos datos significativos. Cieza de LeĆ³n describe la situaciĆ³n de las diĆ³cesis y de los religiosos misioneros del virreinato del PerĆŗ en 1550, cuando Ć©l regresĆ³ a EspaƱa, es decir, a unos quince aƱos de la conquista del PerĆŗ y de la fundaciĆ³n de Lima.

Hay ya cuatro obispados constituidos: en Cuzco (con Huamanga, Arequipa y la Paz), en la Ciudad de los Reyes, sede del arzobispo Loaysa, en Quito (con San Miguel, Puerto Viejo y Guayaquil), y en PopayĆ”n . Y en esas mismas fechas son ya muchas las comunidades de religiosos establecidas: en Cuzco (dominicos, en el mismo lugar de Coricancha, el templo principal del Sol, franciscanos y mercedarios), la Paz (franciscanos), Chuquito (dominicos), Plata (franciscanos), Huamanga (dominicos y mercedarios), Ciudad de los Reyes (franciscanos, dominicos y mercedarios), Chincha (dominicos), Arequipa (dominicos), LeĆ³n de Guanuco (dominicos), Chicama (dominicos), Trujillo (franciscanos y mercedarios), Quito (dominicos, mercedarios y franciscanos).

Y «algunas casas habrĆ” mĆ”s de las dichas, que se habrĆ”n fundado, y otras que se fundarĆ”n por los muchos religiosos que siempre vienen proveĆ­dos por su Majestad y por los de su Consejo real de Indios, a los cuales se les da socorro, con que puedan venir a entender en la conversiĆ³n de estas gentes, de la hacienda del Rey, porque asĆ­ lo manda su Majestad, y se ocupan en la doctrina de estos indios con grande estudio y diligencia» .

Lima cristiana en 1600
El fraile jerĆ³nimo Diego de OcaƱa, enviado desde su monasterio extremeƱo de Guadalupe, como visitador y limosnero de las cofradĆ­as de esta advocaciĆ³n de la Virgen, llegĆ³ a Lima en octubre de 1599, donde visitĆ³ al arzobispo don Toribio Alfonso Mogrovejo y presentĆ³ sus respetos al virrey don Luis de Velasco. Dos aƱos estuvo en la Ciudad de los Reyes, que llevaba entonces sesenta y cinco aƱos desde su fundaciĆ³n, y las informaciones que de ella nos dejĆ³ (A travĆ©s de la AmĆ©rica del Sur) merecen ser recordadas en extracto.

«En esta ciudad asiste de continuo el virrey, los oĆ­dores y Audiencia real, el arzobispo [por entonces casi siempre ausente en interminables visitas pastorales] con su cabildo, porque esta iglesia de Lima es la metrĆ³poli; aquĆ­ estĆ” el tribunal de InquisiciĆ³n y el juzgado de la Santa Cruzada. Hay universidad [la de San Marcos, creada en 1551, abierta a espaƱoles, indios y mestizos], con muchos doctores que la ilustran mucho, con las mismas constituciones de Salamanca. Hay cĆ”tedras de todas ciencias [concretamente: TeologĆ­a, Leyes, CĆ”nones, Medicina, GramĆ”tica y Lenguas indĆ­genas]; provĆ©ense por oposiciĆ³n; tiĆ©nenlas muy buenos supuestos. Florecen mucho los criollos de la tierra en letras, que tienen muy buenos ingenios. Y en particular los conventos, donde tambiĆ©n se leen artes y teologĆ­a y cada semana hay conclusiones [reuniones de estudio] en los conventos, que son muchos y muy buenos, con muy curiosas iglesias. En particular la de santo Domingo, hay doscientos frailes; en san Francisco hay mĆ”s de doscientos; en san AgustĆ­n hay otra iglesia de tres naves muy buena y muchos frailes; en nuestra SeƱora de las Mercedes muy buen claustro y muchos frailes; en la CompaƱƭa de JesĆŗs, mucha riqueza y curiosidad de reliquias, muchos religiosos y muy doctos que lucen mucho en las conclusiones. Conventos de monjas, la EncarnaciĆ³n, donde hay doscientas monjas de lindas voces, mucha mĆŗsica y muy diestras, y que en toda EspaƱa no se celebran con mĆ”s solemnidad las fiestas como en este convento»... Y siguen sus elogios sobre los conventos de la ConcepciĆ³n, de santa Clara, de las descalzas de san JosĆ© y del convento de la SantĆ­sima Trinidad, «que son cinco» de mujeres.

Fuera de la ciudad hay casa de los frailes descalzos, «y hay en ella santĆ­simos hombres; estĆ” de la otra parte del rĆ­o, donde acude mucha gente a consolarse con la conversaciĆ³n de aquellos religiosos. Hay tambiĆ©n otros lugares pĆ­os y de devociĆ³n, como es nuestra SeƱora de Copacabana, la PeƱa de Francia [muy citada por GuamĆ”n], nuestra SeƱora del Prado, Monserrate. Y nuestra SeƱora de Guadalupe, camino de la mar; es buena iglesia, estĆ” en sola esta casa de los lugares pĆ­os el SantĆ­simo Sacramento y, asĆ­, es muy frecuentada de mucha gente».

«Hay en esta ciudad cuatro colegios muy principales que ilustran mucho a esta ciudad, como es el colegio Real, el de san MartĆ­n, el del Arzobispo, y el seminario de los padres de la CompaƱƭa; y sĆ³lo Ć©ste tiene 120 colegiales. De estos colegios se gradĆŗan muchos en todas facultades, con que le universidad se va aumentando y la ciudad de Lima ilustrando mucho. Hay hospitales para espaƱoles y para indios, muy buenos y bien proveĆ­dos, con muchas rentas, como es el hospital de san AndrĆ©s, que es de los espaƱoles, y el de santa Ana, que es de los naturales, y el hospital de san Pedro, que es para curar clĆ©rigos pobres. Hay otro fuera de la ciudad, de la otra parte del rĆ­o, que es el de san LĆ”zaro, donse se curan llagas; y a todos Ć©stos se acude con mucha limosna que para ellos se pide. Hay muchas cofradĆ­as en todos los conventos, y todas hacen sus fiestas y con mucha abundancia de cera que gastan; y las noches de las vĆ­speras ponen en las iglesias luminarias y arrojan cohetes y hacen muchas invenciones de fuegos, con que en esta tierra nueva se celebran las fiestas» .

Aquella Lima de 1600, cabeza de la AmĆ©rica hispana del sur -que sĆ³lo hacia 1800 llega a tener unos 50.000 habitantes, como Santiago de Chile, o La Habana-, era un mundo abigarrado de blancos e indios, mestizos y negros, encomenderos y funcionarios, clĆ©rigos y frailes, descendientes de conquistadores, muchas veces venidos a menos -«verse nietos de conquistadores y sin tener quĆ© gastar»-, todos luchando por mantenerse o subir, y todos celosos de mantener en casa y cabalgaduras, vestidos y criados, una buena imagen. Particularmente las mujeres, segĆŗn nuestro buen monje jerĆ³nimo, ofrecĆ­an una buena presencia: «el mujeriego de Lima es muy bueno. Hay mujeres muy hermosas, de buenas teces de rostros y buenas manos y cabellos y buenos vestidos y aderezos; y se tocan y componen muy bien, particularmente las criollas, que son muy graciosas y desenfadadas» .

No hay en Lima, por supuesto, un ejĆ©rcito de ocupaciĆ³n, como no lo habĆ­a en ningĆŗn lugar de HispanoamĆ©rica. «Hay en esta ciudad dos compaƱƭas de gentiles-hombres muy honrados. La compaƱƭa de arcabuces tiene cincuenta hombres; la compaƱƭa de lanzas tiene cien hombres. Las compaƱƭas son muy lucidas y de gente muy honrada y mal pagada. Estas dos compaƱƭas son para guarda del reino y de la ciudad», pero sobre todo sirven para dar categorĆ­a y esplendor a la Ciudad de los Reyes; en efecto, «ilustran mucho la ciudad porque tienen buenos morriones y grabados y muchos penachos; y salen de continuo muy galanes y bien aderezados con sus trompetas y estandartes que lucen mucho todas las veces que salen».

Fray Diego de OcaƱa concluye en fin: «Es mucho de ver donde ahora sesenta aƱos no se conocĆ­a el verdadero Dios y que estĆ©n las cosas de la fe catĆ³lica tan adelante» .

Otras ciudades cristianas del 1600
TambiĆ©n GuamĆ”n, a pesar de su actitud, que ya vimos , tan crĆ­tica hacia todos los espaƱoles, hace de Lima un juicio muy elogioso. En dicha ciudad vive «con toda su policĆ­a y cristiandad y caridad y amor de prĆ³jimo, gente de paz, grandes servidores de Dios y de su Majestad»; en Lima «corre tanta cristiandad y buena justicia» . Y siguiendo a GuamĆ”n en sus pintorescas informaciones y apasionados juicios -Ć©l pasĆ³ muchos aƱos viajando por la regiĆ³n-, podemos asomarnos tambiĆ©n a las otras ciudades del virreinato del PerĆŗ, a cada una de las cuales dedica una pĆ”gina descriptiva y calibradora.

Nuestro autor habla mal de Quito y de Trujillo, «malos cristianos», «gente de poca caridad»; medianamente de Ica, Nazca, Oropesa y Huamanga; y elogiosamente -«gente cristianĆ­sima», «muchas limosnas, todo verdad», «fieles servidores de Dios y de su Majestad», etc.- acerca de Santa Fe de BogotĆ”, PopayĆ”n, Atres, Riobamba, Cuenca, Loja, Cajamarca, Conchocos, Paita, Zana, Puerto Viejo, Guayaquil, Cartagena, PanamĆ”, GuĆ”nuco, la ciudad de su familia -«es de la corona real, que desde los Incas fue asĆ­, fiel como en Castilla los vizcainos»-, Callao, Camana, CaƱete, Pisqui, Cuzco, Arequipa -«todos se quieren como hermanos, asĆ­ espaƱoles como indios y negros»-, Arica, PotosĆ­, Chuquisaca, Chuquiyabo, Misque -«tierra de santos, muy buena gente»-, TucumĆ”n y Paraguay, Santiago de Chile -«buena gente cristiana»- y el fuerte chileno de Santa Cruz.

Ɖsa era la presencia del cristianismo en el extenso virreinato del PerĆŗ hacia 1600, unos sesenta y cinco aƱos despuĆ©s de la conquista. 











Adaptacion de texto original de JosƩ Marƭa Iraburu.


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9 comentarios:

  1. Hola:
    Me gusto tu Blog, te felicito! (yo tambien escribo un blog parecido donde trato de contar historias que remuevan la capacidad de asombro de las personas).
    Sin embargo, queria decirte que la foto que encabeza este articulo no pertenece a la cultura inca. Este Tumi de oro es un cuchillo ceremonial que pertenece a la metalurgia de culturas preincas del norte del PerĆŗ.
    Saludos
    jorge

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  2. imperio incaico jajajajjajajajjaja me encanto la pag la recomiendo a todos los q les gusta el imperio inca ajajajajajjajajajajaj

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  3. Me parece muy interesante la informaciĆ³n que brindas a travĆ©s de la descripciĆ³n y narraciĆ³n de hechos.Los vĆ­deos tambiĆ©n son buenos, aunque hay una informaciĆ³n equivocada cuando dice que PachacĆŗtec el que fundĆ³ el imperio de los incas.

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  4. AGUSTINA , GRACIAS POR EL COMENTARIO ,Te agradeceria que me indicases el error y alguna fuente para corregirlo, un saludo

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  5. muy interesante. saber en esta pagina. sobre el imperio incaico.. y enterarnos . en algunas tribus , aun asen los sacrificios humanos .. en la selva peruana... pense ke ya abian terminado..gracias ..felicitaciones.!!!!!!!!

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  6. gracias por la informacion

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  7. Me parece que nos hace reflexionar como por ejemplo que en un pƔrrafo dice algo asi como que cuando llegaron los espaƱoles a conquistar Peru hicieron de ellos lo que ellos querƭan en cuanto religiosidad, yo he viajado a Peru y considero que los apasiguaron como quisieron hacer como en Chile lo que les costo mas, ademƔs las leyes de Chile aun contianuan asi desde este siglo como que es un delito abortar. Gracias

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  8. Me gustĆ³.Este articulo fue muy interesante y no necesitarĆ­a buscar mĆ”s informaciĆ³n ya que aquĆ­ la he encontrado toda.No sĆ© si tambiĆ©n existe un artĆ­culo sobre Los Mayas y Los Aztecas; ya que pienso que serĆ­a de mucha utilidad conocer sobre diferentes culturas de sus respectivos paĆ­ses.Gracias.

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